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Este sábado en
Las Vegas termina la carrera del peleador mexicoamericano Tito Ortiz en la cartelera UFC
148 en una semana en la que también va a ser exaltado al Salón de la Fama
del UFC y ya me imagino cómo debe estar el corazón de Tito en estos momentos y
cuántas cosas deben estar pasándole por la cabeza a este guerrero que comenzó su carrera el 30 de mayo
de 1997 en el UFC 13.
Mucha agua ha
caído desde ese momento, como también muchas veces ha salido al octágono Tito
con esa manera tan peculiar que va a repetir el sábado por última vez este
sábado y en la que sobresale el peleador llevando dos banderas a la misma vez, la estadounidense y la mexicana.
Ahora en el 2012
es muy común ver peleadores latinos y mexicanos en el UFC como Caín Velásquez, quien siempre lleva la
bandera mexicana a sus peleas, o Héctor
Lombard, el cubano que hará su debut en el UFC 149, pero en los años 90, cuando este deporte no era muy
conocido en Estados Unidos, el hecho que Tito Ortiz llevara a sus peleas su
herencia mexicana, era un todo un acontecimiento.
También tenemos al
campeón de las 135 libras, Dominick Cruz,
otro mexicoamericano, que lleva su herencia paternal muy en lo alto y reconoce
es un guerrero de sangre mexicana. El camino que Tito abrió lo han seguido
muchos peleadores.
Ortiz no sólo ha
sido uno de los pioneros de este deporte, sino que es uno de los pioneros mexicoamericanos en las artes marciales mixtas y no hay mayor
premio para él que el cariño de la gente y el hecho de llegar al Salón de la
Fama este fin de semana, sin duda, será el momento cumbre de su carrera.
Pero regresando a
sus dos banderas, Tito representa un hecho que lleva décadas ocurriendo en
Estados Unidos, el aumento de la población
mexicana y latina y la realidad es que este país es un país bilingüe en donde
los hispanos no somos más una minoría. Si no me creen pregúntenle a los
políticos que hasta campañas en español hacen, aunque sólo sea para recibir
nuestro voto.
Si bien es cierto
que México y Estados Unidos son dos países con historia en común, mucha de la
cual es de desencantos, la nueva realidad es que con tantos habitantes de
ascendencia mexicana a lo largo y ancho de la Unión Americana, casos como los
de Tito, Caín y Cruz van a seguir apareciendo en la palestra pública.
Estos dos países
tienen una rivalidad deportiva muy grande con el fútbol como el mejor ejemplo.
Son rivales en las eliminatorias mundialistas, Copa Oro, Cóncacaf Liga
Campeones y los fans de ambos lados no quieren mucho a los equipos rivales. Esa
es la realidad deportiva que puede tener un trasfondo histórico desde el siglo
19.
La inmensa
frontera común es el punto de separación entre ambos países con 1951 millas de
tierra y siempre ha sido el lugar que separa al país rico del país pobre. Es el
lugar que separa los contrastes, el lugar que separa las dos culturas, la
anglosajona y la mexicana.
Pero con el paso
de los años y la llegada de millones de mexicanos a Estados Unidos en busca de
una mejor vida, fenómenos como el de Tito, donde se mezclan las dos culturas,
son parte diaria de la vida del lado norte de la frontera.
Tito Ortiz no es
el mejor peleador de su generación, tampoco va a terminar siendo el mejor peso
semipesado en la historia (Jon Jones lo va a lograr en unos meses y Chuck
Lidell lo venció en dos ocasiones), pero sí fue el guerrero que siempre llevó
su herencia consigo en uno de los momentos que más disfrutan los fans de las
artes marciales mixtas, la salida al octágono previa a las peleas.
Además, fuera del
octágono ha sido uno de los mejores embajadores de este deporte, explicando su
esencia, las diferentes técnicas del mismo. Incluso en los momentos críticos,
cuando los pagos por evento eran muy bajos, las comisiones atléticas no
sancionaban las artes marciales mixtas y cuando el Senador John McCain lo
consideró una “pelea de gallos humana”, ahí estuvo él para refutar esas
percepciones.
Su carisma es innegable y su personalidad
siempre creó controversia. O querías que ganara o querías que lo apalearan. Y
eso es precisamente lo que este chico de ahora 37 años quería que pasara.
Han sido 15 años
en los que el deporte ha evolucionado muchísimo. De hacer pesajes en el lobby
de un hotel a hacerlo en una arena repleta de fanáticos. Y siempre en sus
peleas Tito salía con sus dos banderas mostrando su parte mexicana con mucho
orgullo.
Recuerdo las
veces que lo entrevisté y le tocaba ese tema, sus ojos se alumbraban y si su
paciencia con los medios era digna de admirar, con nosotros siempre tuvo tiempo
y espacio. El sabe que su apellido es mexicano, que su herencia viene del sur
del Río Bravo y cuida esa parte con mucha dedicación. También sabe de la fama de guerrero que
tienen los boxeadores mexicanos y siempre ha querido emularlos.
Lo que comenzó en
1997, incluso peleando sin cobrar para no perder su elegibilidad a la
universidad, fue al final una carrera que será inmortalizada el próximo 7 de
julio, el mismo día que tendrá lugar el UFC 148 y donde antes será incluido en
el Salón de la Fama. No hay mejor manera posible para terminar su legado que en
una cartelera como la del fin de semana del 4 de julio y como la pelea
coestelar de la revancha más esperada en la historia de este deporte.
Siempre he pensado
que de haber estado en su apogeo en esta época de tanta prensa, redes sociales
e internet, el ahora llamado “Campeón de la gente” hubiese sido un ícono aún
más global. También es cierto que gran parte del lugar en que está el UFC en
estos momentos se debe a un Tito Ortiz que cuando decidió que se iba a dedicar
a las artes marciales mixtas pues se fue all
in, como se hace en poker.
De eso no me
queda ninguna duda, como tampoco que en su última cita ante Forrest Griffin, no
van a faltar las dos banderas en sus manos, como ha sido siempre y es como
debemos recordarlo.
¡Gracias, Tito!
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